Comentario
Como ocurrió en otros aspectos artísticos, pero quizás aún con más fuerza en el caso de la pintura, al final del reinado de Luis XIV se produjeron unos cambios que hicieron aparecer algunos rasgos que serán ya propios del rococó.En torno a la mitad de la década de los años ochenta se apreciaron en la Corte algunas transformaciones a las que no debió de ser ajena la influencia de Mme. de Maintenon sobre la persona del rey. Además, pronto empezó también la caída de la estrella del rey con los primeros reveses en el terreno militar y una etapa de gran dureza para su corazón con la muerte casi continuada de varios miembros de su familia, entre ellos el Gran Delfín en 1711.Todo ello hizo que se fuera apagando el gusto por la gran pintura decorativa y que se propiciara la de caballete, tendiéndose por otra parte hacia un arte más propiamente barroco con el predominio del color sobre el dibujo. Por ello será entonces cuando Rubens tendrá sobre la pintura francesa la influencia que no ejerció en el momento de su visita para pintar la serie de la vida de María de Médicis.Pero, en realidad, con todo esto no está sino presagiándose el arte del siglo XVIII. Así, la gran pintura decorativa y la de historia, que fueron fundamentales durante la primera parte del reinado del Rey Sol, abandonaron su nobleza y su grandiosidad y en su lugar apareció un tipo de pintura mitológica, más grácil y que con frecuencia rondaba la picardía. Por otra parte, la pintura religiosa también tomó un nuevo énfasis motivado por el nuevo ambiente de devoción que por esos años dominó al rey, aunque también es cierto que por lo general este género careció de una verdadera inspiración.El género retratístico tuvo también entonces un momento álgido que pronosticaba la verdadera importancia que llegaría a tener a lo largo del siglo XVIII, aunque en general se debatía entre la influencia del retrato de grandiosidad barroca según habían generalizado Rubens y Van Dyck y el de carácter más naturalista propiciado por Rembrandt.Finalmente, también tomó un nuevo impulso la pintura de paisaje que arrancó de los moldes de Claudio de Lorena y que en el período rococó llegará a constituir un importante género.Uno de los pintores más importantes de este momento de transición fue, sin duda alguna, Charles de La Fosse (1636-1716), que comenzó su formación bajo la égida de Le Brun. Entre 1658 y 1663 estuvo en Italia, principalmente en Roma y Venecia, lo que fue fundamental para configurar su propio carácter, pues experimentó la emoción que puede producir el color. Ya en Francia, en 1673 ingresó en la Academia con el lienzo del Rapto de Proserpina (Escuela de Bellas Artes de París) en el que ya se aprecia de manera evidente lo aprendido en Italia.En el final de esta década estuvo ocupado como ayudante de Le Brun en decoraciones para la Corona en las Tullerías y en Versalles, donde en este último palacio pintó gran parte de la decoración del Salón de Diana y toda la del de Apolo, con un estilo de formas más ligeras que lo acostumbrado hasta entonces en la Corte.Ya en la década de los años ochenta se dejó seducir por el arte de Rubens, cuyas características unió a las de origen veneciano ya presentes en su obra, dando lugar a lienzos como el de Moisés salvado de las aguas del Museo del Louvre o la Presentación de la Virgen del Musée des Augustins de Toulouse. A fines de la década, en 1688 recibió el encargo de colaborar en la decoración del palacete del Trianon, donde por las características de éste pudo desarrollar una decoración de carácter más ligero y frívolo con temática mitológica que claramente anuncia el gusto rococó.Entre otras colaboraciones para la decoración de grandes conjuntos cabe citar su participación en la capilla de Versalles, en la iglesia de Notre-Dame-de-la-Assomption de París y en el palacio Montagu de Londres, en el que intervino entre 1689 y 1692.Y fue en este último año y trabajando en este lugar, cuando se le reclamó desde París para que se encargara de lo que fue su última gran obra, la decoración de la iglesia de la Cúpula de los Inválidos a la que había renunciado Mignard por su avanzada edad. Pero aquella magna actuación que se le ofrecía fue siendo recortada para ceder partes a otros pintores, con lo que, al final, solamente intervino entre 1700 y 1702 en la cúpula y en las pechinas; en éstas pintó a los Evangelistas y en la cúpula el tema de San Luis presentando a Cristo la espada con la que había triunfado sobre los infieles. Estilísticamente, el conjunto responde al espíritu del Correggio, pero tratado con una mayor ligereza, lograda en buena parte por la disposición de las figuras en el borde de la semiesfera, con lo que queda mucho más espacio en el centro del conjunto para abrir el Cielo.Jean Jouvenet (1644-1717) formó parte de una importante dinastía de pintores normandos. Nacido en Rouen, recibió su primera formación en el estudio de Le Brun y colaboró en obras para la Corona como en el Trianon y Versalles, donde intervino en la decoración del Salón de Marte. Por otra parte, también participó en la iglesia de los Inválidos, en la que pintó las imágenes de los doce Apóstoles en la cúpula, aunque su obra magna son los cuatro lienzos que hizo para la iglesia parisina de Saint Martin-des-Champs. Estas obras, y otras como el San Bruno en oración del Museo de Lyon o La Misa del abad Delaporte del Louvre, hacen de Jouvenet uno de los mejores pintores religiosos de finales del siglo XVII.En toda su obra se aprecia la fuerza de la tradición francesa en la que están presentes Le Brun y Poussin, y a través de ellos Rafael, a los que une un colorido cálido que para muchos ha de relacionarse con Rubens.Otro de los grandes representantes de la .pintura barroca francesa es Antoine Coypel (1661-1722), que fue hijo de Noël Coypel, a quien acompañó a Roma cuando éste fue nombrado director de la Academia de Francia, pasando allí tres años en que especialmente estudió la pintura boloñesa y veneciana.Habiendo regresado a París en 1676, ingresó en la Academia en 1681 con el cuadro titulado Luis XIV descansando después de la Paz de Nimega del Museo Fabre de Montpellier que, por otra parte, es una muestra de cómo el gran arte decorativo y alegórico que había caracterizado la pintura oficial del reinado de Luis XIV estaba en total decadencia y resultaba frío y pobre.Desde este momento fue tornándose cada vez más hacia el color, lo que le llevó a sentir una gran atracción por Rubens, cuyos rasgos pretendió unificar con la tradición francesa encarnada en Poussin.En torno a los años del cambio de siglo recibió importantes encargos del Gran Delfín y de los duques de Orleans y Chartres, pintando obras para los palacios de Meudon y Royal de París. Sin embargo, su obra más importante fue la pintura del techo de la capilla de VersaIles en 1708, en la que se aproxima al tipo de composición que hizo el Baciccia en la bóveda del Gesú de Roma. Así emplea un destacado efecto de trompe-l'oeil por el que la bóveda se abre y se introduce en el Cielo, siendo también interesante el que el marco arquitectónico esté pintado y no realizado en estuco, con lo que se refuerza y se lleva mucho más adelante el efecto de engaño óptico de la composición.Junto a estos tres pintores aún podrían ser citados como pertenecientes a ese momento de transición los hermanos Bon (1649-1717) y Louis Boullongne(1654-1733) y Joseph Parrocel (1646-1704), generalmente conocido como pintor de batallas, pero que tanto en éstas como en otro tipo de composiciones lleva a cabo un tratamiento de la luz y del colorido que indudablemente anuncia ya los nuevos tiempos.Jean-Baptiste Santerre (1651-1717) fue considerado en su tiempo como retratista, aunque hoy en día tiene más valor por su acercamiento a los ideales del rococó, como queda patente en sus dos obras de tipo religioso más conocidas, la Susana del Louvre, pintada en 1704 para su ingreso en la Academia, y la Santa Teresa para la capilla de Versalles del año 1709. En ambas composiciones las figuras aparecen tratadas con tanta sensualidad que en aquel momento llegaron a escandalizar, aunque, sin embargo, está conforme con la estética que será corriente poco tiempo después.También en este final de siglo tuvo un renacer el género paisajístico con artistas que, por lo general, actuaron bajo la tradición de Claudio de Lorena. Sin embargo, Alexandre-François Desportes (1661-1749) marcó unas pautas sumamente interesantes por cuanto modernizó totalmente la concepción del paisaje en la pintura. Nacido en la provincia de Champagne, comenzó sus estudios en París con el pintor de Amberes Nicassius Bernaerts, que había sido discípulo de Snyders. Posteriormente, en los años 1695 y 1696 trabajó como retratista en Polonia, a donde fue llamado por el rey Juan III Sobiesky.Vuelto a Francia, se dedicó con gran entusiasmo al género naturalista, siendo pintor de las monterías del rey, con lo que obtuvo fama y el ingreso en la Academia en 1699. En su obra han tenido una gran importancia los apuntes para sus futuras composiciones, ya que además de estar tomados del natural, están realizados con una gran sensibilidad, ateniéndose en ellos a la propia naturaleza sin tener que retocarla como habían venido haciendo hasta entonces todos aquellos pintores que se dedicaban a este género. Todo ello no hace sino confirmar a Desportes como una auténtica avanzadilla de lo que serán muchos de los ideales de la pintura dieciochesca y aun posterior.